Me dijeron que el camino entre Cuenca y Loja era hermoso, lo revisé.

Se enrolla entre 2500 y 3800 m en un paisaje de montañas, de prados y bosques hasta donde alcanza la vista.

Hace frío allí y el fuerte viento me hace luchar por mantener mi trayectoria.

Es domingo y los nativos vienen de sus comunidades a las aldeas para vender sus productos y comercializarlos allí.

También bajan a Loja porque esta noche es el festival de la ciudad y el comienzo del homenaje a la Virgen de Cisne.

La fiesta dura un mes.

La Virgen de Cisne recorre 70 km a espaldas de los hombres para celebrarse en Loja cada año, antes de volver a subir a sus montañas.
En la plaza central de Loja, toda la ciudad está allí. Los fuegos artificiales se prepararon en estructuras de bambú de varios metros de altura.

Los fuegos artificiales se disparan sin ninguna noción de seguridad.

La fiesta está en pleno apogeo y me doy cuenta de que no hay más respeto por los nativos aquí que en otros lugares: es la risa, los jóvenes y no tan jóvenes, cuando un nativo saca su teléfono celular para inmortalizar la fiesta.

Regreso a mi hotel alrededor de las 10 p.m. cuando termina la fiesta, exhausto por el ruido, el viento, el frío y la multitud.

Otro día como ningún otro.

Mañana, dirección Perú.